domingo, 18 de septiembre de 2016

Antídoto

Jeff miraba con atención al grupo de trabajadores asignado  a su sector por la compañía. Se movían con lentitud, algunos con pisada torpe y todos pendiente de que se distrajera un momento el jefe para parar y sentarse. El sol ya no estaba en todo lo alto pero seguía siendo intenso. En realidad el propio Jeff estaba cansado. Cansado y harto de ese lugar y de todo el valle en general. Se trataba de uno de los sectores más complicados del proyecto del ferrocarril de Uganda, destinado a conectar Mombasa con Port Florence. La Lunatic Express, como a la prensa inglesa le gustaba llamarlo.  Leones al acecho, ataques masái, picaduras letales de insectos y serpientes, sed, calor sofocante, falta crónica de materiales... todos los contratiempos posibles en esta tierra indómita llamada África. Sí, decididamente odiaba este lugar.


Escupió al suelo y gritó a Balu, el capataz. 

-¡Balu! Ven aquí, tengo que hablarte.

Balu se encontraba en ese momento junto a varios hombres que ajustaban uno de los raíles antes de atornillarlo a las traviesas. Es una maniobra complicada que requiere mucha fuerza y precisión. Les ordenó que pararan un segundo pues no le gustaba que siguieran por su cuenta sin que él lo coordinara. Los trabajadores están deseosos de acabar su jornada y lo hacen con prisas. Si el raíl no queda bien ajustado es necesario desatornillarlo y volver a empezar. Aprovecharon la parada como pequeño descanso y Balu subió por la pendiente con paso ligero. Se levantaba polvo marrón claro en cada una de sus pisadas. Cuando alcanzó la cima de la colina se cruzó con un par de vigilantes armados (oficialmente su presencia estaba destinada a proteger a todo el personal contra fieras pero de todas maneras sus armas imponían a todo el mundo)  y se dirigió a Jeff, que estaba apoyado en una mesa desmontable con planos bajo una estructura con una lona que le protegía del sol.

-Señor ¿qué necesita?

-Balu, estoy viendo que los hombres encargados de nivelar el terreno no van tan rápido como el equipo con la misión de poner los raíles. Corremos el riesgo de que no podamos poner a tiempo todos los raíles antes de que al anochecer llegue el ferrocarril con más material. Y no quiero que me dejes en mal lugar otra vez frente a la compañía. Los hombres son cosa tuya, Balu. Por eso eres capataz y no un vulgar peón. -Esta última frase sonó con especial énfasis, con tono de amenaza.

Balu bajó la mirada un segundo y luego se giró para mirar colina abajo, en dirección a los hombres encargados de nivelar el terreno. Luego volvió a mirar a Jeff quien con semblante serio suspiró con cierta irritación esperando de él una respuesta.

-Señor, los hombres están cansados. La compañía impone unos plazos imposibles de cumplir. Señor, corremos el riesgo de perder más hombres por fiebres si no ofrecemos más turnos de descanso.

-Balu, estoy cansado de tus escusas. No sé qué vieron en ti el día que decidieron hacerte capataz. Para dirigir una obra de esta envergadura hace falta más carácter y responsabilidad. 

-Señor, con el debido respeto no puede pedirme que pida a esos hombres que marchen más rápido. Las muertes de sus compañeros pesan en su mente y aun así siguen trabajando sin descanso. 

Jeff, llevado por un ataque de ira empujó a Balu y le apartó de su camino. Descendió por la colina seguido por Balu y los guardias armados que debieron acelerar el paso para no quedar atrás. Los trabajadores al ver a Jeff se detenían e incorporaban con gesto de respeto. Jeff les contestaba con gestos exagerados indicando que siguieran con el trabajo. Cuando llegó a la altura del grupo de vanguardia se detuvo en seco y como loco se puso a dar órdenes.

-¡Usted, coja el pico con más brío!¡Y usted lo mismo con la pala!¡Y los carretilleros! ¿qué hacen que tardan tanto en volcar el material sobrante en la cuneta?

Balu llegó justo en ese momento y pudo ver cómo los hombres se afanaban en acelerar el paso. Nunca había visto a Jeff tan enfadado, con esos modales ingleses tan correctos como petulantes. Tenía la cara roja y sudaba profusamente. 

Uno de los hombres que acarreaba una carretillas se tropezó y dejó caer su contenido a mitad de camino entorpeciendo a los demás. Jeff, lleno de ira arrebató la pala a uno de los trabajadores y blandiéndola como una espada se dirigió con paso firme al desdichado que, desesperado con las manos trataba de volver a poner la tierra derramada en la carretilla. No estaba ya ni a dos metros cuando Jeff se tropezó con un alarido. 

-¡Ahhh, maldita sea!¡Mi pie!- Y se agarró el pie derecho con las dos manos.

Balu corrió a él, igual que los hombres armados y el resto formó un círculo entre miedo y curiosidad. Otros hombres dejaban sus trabajos y se acercaban al encuentro de los demás. 

-¡Ha sido una serpiente señor! -pero ese "señor" ya era innecesario porque Jeff perdió el conocimiento con  rapidez- Rápido, ayudadme a llevarlo a la tienda -añadió mirando a los hombres más cercanos. Los guardias armados esperaron que fueran otros los que hicieran esa operación. 

La comitiva subió de nuevo la colina y tomaron el camino del campamento, en dirección a la tienda del médico. Morgan, el sanitario, había escuchado alboroto y regresaba desde la tienda de los ingenieros donde estaría de charla. 

-¡Doctor, es Jeff! ¡Una serpiente!

-A ver, dejadme verlo en el interior de la tienda. 

Y entraron a dejar al totalmente inconsciente jefe de obra sobre la mesa camilla. El sanitario agitó los brazos como quien espanta a las gallinas para indicar que se marcharan todos. Y eso hicieron.

-¡Tú no Balu! Tal vez necesite tu ayuda. Dices que le ha picado una serpiente ¿verdad? Ayúdame a quitarle la bota. Tira de la punta. 

Balu agarró la bota derecha -gastada y con algunos agujeros- y tiró con fuerza. Salió después de varios intentos junto con los calcetines. El sanitario pudo ver dos pequeños puntos en mitad de una zona enrojecida.

-Efectivamente, una serpiente. Ha tenido la mala fortuna de que ha mordido a través de uno de los agujeros de sus viejas botas. La compañía ni siquiera mantiene bien vestido a los jefes. Agárralo un momento -ordenó a Balu-.

El sanitario miró primero en el interior de una cartera de cuero. Luego abrió un cofre de madera lleno de tarros de cristal con etiquetas. Luego en la pequeña estantería de listones de madera. Nada. Balu lo miraba con los ojos bien abiertos en silencio. 

-No, no, maldita sea.

- Señor ¿le puedo ayudar?

-No puedes, se trata del antídoto. Tenemos varios para ser más exactos. Picaduras de serpiente. En el último traslado debieron colocarlos en la caja equivocada. 

Balu sabía que el orden de la farmacia era responsabilidad del sanitario, pero prefirió no hacer ningún comentario. 

-¡Lo encontré! -Y sacó una jeringuilla de color metálico de un pequeño estuche color verde- Remángale el brazo, tenemos que inyectarle esto ahora mismo. 

Y eso hizo Balu. El sanitario le aplicó la inyección con un pulso firme y luego añadió.

-Espero que funcione. Nunca había visto una reacción tan violenta a la picadura de una serpiente. Generalmente pasa un rato antes de que la persona pierda el conocimiento. 

Balu pensó que si sobrevivía tal vez solicitaría el traslado a Mombasa o quizás a Nairobi. Tal vez incluso a Inglaterra. Mejor así. El ataque de ira de hoy no era sino el resultado de varias semanas de un Jeff cada vez más irritable e intransigente. 

-Sí, el antídoto mágico le salvará. -Balu lo dijo con convicción, confiando en que el sanitario valorara ese gesto de esperanza del capataz. Balu no comprendía bien la química de la medicina inglesa. Para él era algo sobrenatural. De ahí el calificativo de mágico. 

-Regresa a la obra -ordenó el sanitario- los hombres necesitarán saber que el jefe está bien. Yo daría un descanso a los hombres por hoy. Y manda a alguien a informar de lo ocurrido y que puedan  trasladarle de aquí a la enfermería central. Una enfermera tendrá que vigilar su evolución esta noche. 

Y Balu abandonó la tienda dispuesto a transmitir todas esas órdenes. No odiaba especialmente a Jeff. Había tenido jefes mucho peores. Pese al ataque de ira de hoy no le había tratado mal intencionadamente ya que era una pieza más de la compañía. No obstante el contratiempo permitirá a los hombres parar un par de días, tal vez más, hasta que llegue un nuevo jefe. Y por supuesto el desdichado de la carretilla se ha salvado tal vez de un castigo severo. Ha tenido suerte. Para él, el antídoto  contra su castigo ha sido el veneno de la serpiente.

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