jueves, 15 de septiembre de 2016

Un buen negocio

Adnam observaba el horizonte con detenimiento, buscando algún accidente en la costa que le pudiera servir de referencia. Hacía dos semanas que partieron de Adén y una tormenta había retrasado su marcha hacia Karachi, ciudad bajo control del gran sultán de Delhi.

-¿Nada mi señor? -Preguntó Abdel, uno de sus sirvientes, en voz baja, casi susurrando.

-Nada -contestó Adnam mientras lo miraba apenas un segundo antes de volverse y observar con preocupación la cubierta del barco de transporte en el que viajaban -al que llamaban dhow- donde apretados se encontraban sus hombres y diversos esclavos del Sudán. Todos lo miraron al unísono.

Adnam sabía que el cargamento de esclavos debía llegar en buenas condiciones al puerto de Karachi. Un esclavo enfermo o demasiado delgado no interesaba a los señores de la guerra de la zona india del Gurajat. Además estaba el peligro de ser atacados. Sus sirvientes eran fuertes y leales, habiendo demostrado su valía en viajes anteriores. Pero esta vez el cargamento no era perlas, dátiles o grano, sino humanos. Bajo un asalto pirata, los esclavos podrían aprovechar y volverse contra ellos. Demasiado riesgo. Demasiado.

Al fin Adnam atisbó algo hacia el este.

-¡Ah! ¡Ahí lo tenemos! La desembocadura del Indo. No estamos lejos. -Decía mientras su rostro mostraba un alivio muy oportuno para la tranquilidad de sus hombres, especialmente de Abdel- No tardaremos más de dos días en llegar a puerto. Y rápidamente se volvió y se dirigió a sus hombres: ¡Alá no nos ha abandonado! Con suerte, en tres semanas volveremos a estar con nuestras familias en el Adén.


La llegada a puerto, dos días después, se realizó sin incidentes. A medida que el dhow maniobraba para el atraque, la tripulación pudo observar la explosión de colores de las mercancías depositadas a lo largo del muelle bajo la mirada atenta de comerciantes, compradores y hombres armados con su característico turbante y la daga curva ceñida al cuerpo mediante un pañuelo enrollado en torno a la cintura.

En el puerto había de todo: especias, sedas, fina cerámica de una tierra al oriente llamada alshin, joyas, esclavas morenas del Yadabas... Los olores de las especias eran penetrantes, intensos, pero no molestos. Adnam miró las ricas ropas de los compradores y acto seguido pensó “después de todo podré hacer un buen negocio con la venta”.

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