martes, 13 de septiembre de 2016

Visita inesperada

Fue uno de esos días anodinos, uno de esos días en los que uno no espera la visita de nadie. La casa es un pequeño chalet de la periferia de la capital. Se trata de una zona tranquila, el clásico suburbio compuesto por casas semejantes entre sí de difícil localización.

Silencio en el jardín, silencio en el umbral. Pero un silencio extraño. Un silencio incómodo. Un silencio de recuerdo. Andaba colgando mi abrigo cuando alguien carraspeó. ¿De dónde venía el carraspeo? De la cocina. Mi corazón palpitaba con más fuerza a medida que me acercaba. ¿Cómo habrá entrado? No importa, se trataba de un intruso y debía marcharse.

Su visión me desconcertó. Se trataba de un señor, menudo y flaco y de aspecto apenado. Vestía un traje grisáceo y un sombrero que le daba un aspecto anacrónico, como si estuviera sacado de  una película de los años 50.

-¿Quién es usted y qué hace en mi casa?

-¿Es que no me reconoce Marcial? Soy el diablo. -Sonreía, pero no era una sonrisa sincera. 

- ¿Qué leches dice? No sé cómo se ha enterado de mi nombre ni cómo ha entrado pero yo no le conozco. Le quiero fuera de mi casa, no me obligue a repetirlo. -Mientras replicaba agarré uno de los taburetes a modo de porra gigante.

-Ya, ya. Le refrescaré la memoria. Verano del 83, campamento Moncayo. 

-Campamento Moncayo... Ese nombre me pilló por sorpresa. Hacía mucho tiempo que no pensaba en aquel sitio, en aquel verano.

-Esteban. «El diablo Esteban». Y fue entonces cuando sus ojos tristes se hicieron reconocibles a mi memoria. Aquel verano quedó sepultado por el paso de los años, desterrado de mis pensamientos, pero ahora ha vuelto a mí materializado en la persona que menos esperaría encontrarme.

El diablo.

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